Primera parte
Algunos
rayos del sol recién nacido se filtraban en la habitación resaltando los libros
acumulados al lado del librero vacío. A esas horas el silencio ya se había
desvanecido, las aves y los árboles despertaban al día con sus sonidos matutinos.
Uno que otro sonido visitante que desordenaba el día, pero con una duración
momentánea. El aire estaba cálido y cálida la habitación.
Lena
abrió los ojos y vio todo azul. Dudó si aún soñaba o estaba despierta. Sintió
en su cuerpo las sábanas de seda que la cubrían. De inmediato, su cuerpo
recobró la consciencia que perdió en el camino del sueño hacia el despertar. Ya
superado el vacío tras un tercio de segundo transcurrido, recordó dónde estaba.
Observó
por completo las cortinas azules que adornaban las grandes ventanas blancas de
la habitación. Todo se mantenía tal cual lo había dejado la noche anterior.
La
habitación tenía un desorden que a la vista era hasta exquisito. La larga
alfombra escarlata acogía entre decenas de hojas y libros, como discos y
algunos instrumentos, todos en alguna
posición que constantemente era alterada.
Al
constatar la pasividad del lugar, Lena decidió levantarse.
Apenas llevaba una trusa. El sopor de esos
días de tardío verano hacía de la desnudez el mejor vestido. Su cabello largo
cubría todo lo que una camiseta podría cubrir dejando a la vista su frágil
silueta de mujer con vestigios de pubertad.
Volteó
su mirada hacia el otro extremo de la cama, Luciano aún dormía. Ella lo había
sentido esta vez. Otras veces en que ella había amanecido en la habitación,
Luciano la había sorprendido al despertar contemplándola o besándole las manos.
Esta vez, fue diferente.
Caminó
hacia las ventanas y abrió un poco más las cortinas azules que las cubrían. Se
preparó una taza con chocolate y leche fría y regresó a su posición en la cama.
Trató de sentarse en la cama manteniendo la quietud y armonía de los sonidos
que transitaban. Su mirada se perdió por algunos minutos en la imagen detrás de
los vidrios de las ventanas.
La
necesidad hizo que sus ojos regresen a Luciano. Le sorprendió la emoción que
recorrió su cuerpo al reconocer su belleza. Siempre había admirado eso de él;
sin embargo pocas veces encontraba la intimidad consigo misma para contemplarla
y gozar de sus efectos. Su belleza le recordaba al mar en una tarde rojiza, a
una flor al brotar en la mañana, a una mariposa de color azul en
intensidad.