sábado, 11 de agosto de 2012

Lena (Final)

 PARTE FINAL


Las pupilas de Luciano se movían debajo de sus párpados dejando en evidencia que soñaba. Lena también había soñado esa noche, pero como casi todas las noches que dormía en la habitación, lo había dejado de lado y solo quedaban algunas imágenes de lo que fue. Al estar en la habitación sus sueños mutaban a otra dimensión, una más real.

Recordó las tantas veces que soñó con Luciano. Recordó cuando en el pasado soñó lo que estaban viviendo ahora. Se le vino el momento en que su felicidad se intensificó a un punto en que las lágrimas brotaron de sus ojos sin aviso alguno. Ahí, ella se dio cuenta de que sus sueños ya no eran más sueños.  Algo en su definición se había transformado pues ya no los sentía así.

Lena siguió observándolo y pensó si acaso Luciano tenía algún poder, uno más natural y propio, con efectos instantáneos en ella. Lena siempre creyó en que hay sensaciones que únicamente te puede hacer sentir una persona, ya sean buenas o malas, simples o complejas. Algo como piezas de rompecabezas que solo pueden encajar una vez.

Sintió el impulso de tocarlo para sentirlo más cerca, para sentirse más viva. Lo acarició desde el cuello pasando por su pecho hasta llegar a su ombligo. Su mano regresó a su rostro y tocó sus labios. Él muchas veces le había dicho cuanto le gustaba el calor de su cuerpo, le solía hacer bromas por lo fría que siempre estaba, Lena recordó sus palabras precisas y sonrió lentamente.

Luciano despertó con la mirada sobre Lena. Ella culminó su sonrisa al ver sus grandes ojos reflejarla. Luciano la tomo de la cintura y la acercó hacia su altura en la cama. Se observaron por segundos cada uno recorriendo sus ojos. Acercó su rostro al de ella y le dio un beso suave. Lena sintió aquella sensación, era como un vació que se llenaba gradualmente hasta cubrir lo que ya no se podía cubrir, una presión en el pecho que lejos de ser dolorosa era deliciosa.

La abrazó estrechando su cuerpo como queriendo tenerla siempre al despertar. Sin soltarla, le preguntó al oído: “¿qué soñaste, mi amor?” Lena respondió: “Sabes que cuando duermo contigo el sueño me huye. Es como si todo mi cuerpo quisiera librarse de cualquier peso para poderse llenar más de ti. Tú sí soñaste, lo noté”. “Soñé que estaba en esta misma habitación, pero sin todos sus matices. No estabas tú, ni tu cuerpo, solo estaba yo. Yo estaba en esta misma cama pero solo. Ni siquiera podía sentir tu recuerdo, ni tu olvido, no había nada de ti, como si nunca nuestros cuerpos alguna vez se hubieran encontrado, como si ni siquiera el viento nos habría interceptado. Caminaba sin ver tu rostro, respiraba sin sentir tu olor, sentía sin sentirte. Lo peor de todo es que eso no me preocupaba porque al parecer jamás lo había sabido, jamás habías sido mía”, respondió Luciano.

Lena buscó la mirada de Luciano y se aseguró de identificar sus pupilas. Pudo sentir recorrerla una sensación de miedo, desconfianza, confusión, todo reducido a inseguridad, inseguridad de ella misma, inseguridad de Luciano, inseguridad del destino. Él pudo sentir la flaqueza de Lena. La abrazó. “Sé que tal vez puedas estar sintiendo todo el miedo que yo sentí, pero no es justo, fue solo un sueño, solo eso. Un sueño aniquila, pero también da vida y creo que…” Se escucharon dos golpes a la puerta, dos golpes fuertes. “¿No abrirás?”, reaccionó Lena. “Se deben haber equivocado, nadie viene aquí”, respondió él.

Lena se acercó al cuerpo de Luciano, quería ampararse en él. Tenía miedo, casi siempre lo había tenido; al lado de él se sentía más segura, más fuerte, más bella, más feliz. Por un momento sintió en su cuerpo una satis facción que iba más allá de la tranquilidad hasta llegar al placer de la harmonía que podría causar el sonido de una cálida guitarra en la mañana. Se aferró a su cuerpo e intensificó la suavidad del abrazo.

Varios golpes a la puerta interrumpieron el silencio. El cuerpo de Lena se sobresaltó fijando su mirada en la puerta, regresó hacia Luciano y ya no estaba en la cama.

...

Lena abrió los ojos y vio todo blanco. Sus ojos dudaban de lo que veían. Le costó reconocer la naturalidad de su habitación. Se quedó unos minutos inmóvil, se sentía desubicada en su propio lugar.

Escuchó unos golpes en la puerta: “Lena, levántate, ¿no tenías clase a las nueve?”. Reconoció la voz de su madre. Instantáneamente, reconoció sus cortinas blancas, la textura de sus sábanas, el aire húmedo.
Ya consiente, se dio cuenta de que todo lo anterior nunca había pasado, no existía, no era real. Lentamente unas lágrimas escaparon de sus ojos, fue inevitable. “Un sueño aniquila, pero también da vida, y yo sigo esperando la mía…”.

...

Luciano abrió los ojos y vio todo azul. No había soñado esa noche. 















martes, 24 de julio de 2012

Lena


Primera parte

Algunos rayos del sol recién nacido se filtraban en la habitación resaltando los libros acumulados al lado del librero vacío. A esas horas el silencio ya se había desvanecido, las aves y los árboles despertaban al día con sus sonidos matutinos. Uno que otro sonido visitante que desordenaba el día, pero con una duración momentánea. El aire estaba cálido y cálida la habitación.

Lena abrió los ojos y vio todo azul. Dudó si aún soñaba o estaba despierta. Sintió en su cuerpo las sábanas de seda que la cubrían. De inmediato, su cuerpo recobró la consciencia que perdió en el camino del sueño hacia el despertar. Ya superado el vacío tras un tercio de segundo transcurrido, recordó dónde estaba.

Observó por completo las cortinas azules que adornaban las grandes ventanas blancas de la habitación. Todo se mantenía tal cual lo había dejado la noche anterior.

La habitación tenía un desorden que a la vista era hasta exquisito. La larga alfombra escarlata acogía entre decenas de hojas y libros, como discos y algunos instrumentos,  todos en alguna posición que constantemente era alterada.

Al constatar la pasividad del lugar, Lena decidió levantarse.

Apenas llevaba una trusa. El sopor de esos días de tardío verano hacía de la desnudez el mejor vestido. Su cabello largo cubría todo lo que una camiseta podría cubrir dejando a la vista su frágil silueta de mujer con vestigios de pubertad.

Volteó su mirada hacia el otro extremo de la cama, Luciano aún dormía. Ella lo había sentido esta vez. Otras veces en que ella había amanecido en la habitación, Luciano la había sorprendido al despertar contemplándola o besándole las manos. Esta vez, fue diferente.

Caminó hacia las ventanas y abrió un poco más las cortinas azules que las cubrían. Se preparó una taza con chocolate y leche fría y regresó a su posición en la cama. Trató de sentarse en la cama manteniendo la quietud y armonía de los sonidos que transitaban. Su mirada se perdió por algunos minutos en la imagen detrás de los vidrios de las ventanas.

La necesidad hizo que sus ojos regresen a Luciano. Le sorprendió la emoción que recorrió su cuerpo al reconocer su belleza. Siempre había admirado eso de él; sin embargo pocas veces encontraba la intimidad consigo misma para contemplarla y gozar de sus efectos. Su belleza le recordaba al mar en una tarde rojiza, a una flor al brotar en la mañana, a una mariposa de color azul en intensidad.  












sábado, 30 de junio de 2012

Mibicicletadorada


Subí a la azotea de mi casa. Sabía que mi papá me preparaba una sorpresa. Ya antes la había visto con un aire algo misterioso, quería tocarla y volverle la vida que tenía como cuando era niña. Ahora su cuerpo estaba oxidado y algo abandonado. El polvo era su compañero de los últimos años y nada más un plástico viejo la había abrigado. Sabía que estaba en un estado fatal y creo que eso fue lo que me impidió volver a mirarla.

No sé si la flojera de hacerla vivir o la flojera de que ella me haga vivir. Alguien se tomó el trabajo por mí y fue mi papá.

Me llamó como siempre lo hace. A veces no sé qué sentir: miedo, dudas, preocupación, raras veces alegría. Subí y la vi. Estaba radiante. Vivía otra vez y con un aire que jamás le había visto antes. Su cuerpo era luz y el polvo se había ido. Fue emocionante verla así. Mil recuerdos volaron alrededor, mil personas, mil palabras, mil soles. Por un segundo fui niña otra vez, o al menos eso creí.

Mi papá se dio cuenta de mis sentimientos y eso le bastó para sentir mi “gracias gigante” y dejarme a solas con ella. Ya en un ambiente algo íntimo la vi con ojos de dulzura. Ojos llenos de colores gracias a ella. Moría por retar a ese día soleado y matarlo hasta que la noche lo reemplace. No sé por qué lo vi tan difícil en ese ángulo. Tal vez porque no quería maltratarla al bajarla de la terraza o porque tenía miedo de que pase lo mismo que la última vez.

Como siempre mis ganas de hacer lo que quiero sin pensar en absolutamente nada más ganaron y la bajé hasta la calle. Ya fuera, el sol me miraba tan fuerte que dolía. Eso no impide nada.
Me subí con un poco de tensión y mil de adrenalina. Comencé a andar. Mis piernas estaban tan débiles, había pasado tiempo que no hacían más que caminar. Recorrimos los mismos pasajes que recorrimos alguna vez. Avanzando tras árboles, sombras, risas y luces, pude sentir todo lo que sentí antes. Me sentía ligera. Sentía mi vida ligera y que si quería podía ponerla en el mar y dejarla sentir.
Cada vez sentía una parte menos de mi cuerpo. Primero desaparecieron mis manos, mis brazos luego, mi cabeza y mi pecho. Me di cuenta de que estaba pasando lo mismo que la última vez, aun así quise seguir y seguí.

El sol me comía más y más. Mi cabeza disfrutaba el excitante sabor de la libertad. Me encantaba hacerlo porque ella me llevaba por donde nunca podía ir. Ella me mostraba que existen cosas más allá de lo que se ve, toca o siente. El aire en la única parte de mi cuerpo que quedaba era el agua que necesitaría para toda mi vida. Mis piernas tenían el manejo de lo que quedaba de mi vida. Me di cuenta que pasaría lo mismo que la última vez, pude sentirlo. Mis piernas habían desaparecido ya, mi corazón aún latía, no sé desde donde.  Solo que esta vez nunca salté, no salté. No pude y no quise. Ella me abrazó y se apodero de lo que quedaba de mí.  Sentí el lento ascenso. Quería ver a donde me llevaría, quería sentir lo que no pude sentir, quería ver más allá de lo que se ve, toca o siente. Estaba dispuesta a entregarle mi vida y se dio cuenta desde que la vi. Algún día pasaría, no? Mi vida estaba destinada a seguir ese camino, por eso esta vez dejé que pase. Admito que ya lo quería. Esta vez mi bicicleta dorada me llevó arriba, muy arriba,  y no salté. Nunca salté.