Las pupilas de Luciano se movían debajo de sus párpados
dejando en evidencia que soñaba. Lena también había soñado esa noche, pero como
casi todas las noches que dormía en la habitación, lo había dejado de lado y
solo quedaban algunas imágenes de lo que fue. Al estar en la habitación sus
sueños mutaban a otra dimensión, una más real.
Recordó las tantas veces que soñó con Luciano. Recordó
cuando en el pasado soñó lo que estaban viviendo ahora. Se le vino el momento
en que su felicidad se intensificó a un punto en que las lágrimas brotaron de
sus ojos sin aviso alguno. Ahí, ella se dio cuenta de que sus sueños ya no eran
más sueños. Algo en su definición se
había transformado pues ya no los sentía así.
Lena siguió observándolo y pensó si acaso Luciano tenía
algún poder, uno más natural y propio, con efectos instantáneos en ella. Lena
siempre creyó en que hay sensaciones que únicamente te puede hacer sentir una
persona, ya sean buenas o malas, simples o complejas. Algo como piezas de
rompecabezas que solo pueden encajar una vez.
Sintió el impulso de tocarlo para sentirlo más cerca, para
sentirse más viva. Lo acarició desde el cuello pasando por su pecho hasta
llegar a su ombligo. Su mano regresó a su rostro y tocó sus labios. Él muchas
veces le había dicho cuanto le gustaba el calor de su cuerpo, le solía hacer
bromas por lo fría que siempre estaba, Lena recordó sus palabras precisas y
sonrió lentamente.
Luciano despertó con la mirada sobre Lena. Ella culminó su
sonrisa al ver sus grandes ojos reflejarla. Luciano la tomo de la cintura y la
acercó hacia su altura en la cama. Se observaron por segundos cada uno
recorriendo sus ojos. Acercó su rostro al de ella y le dio un beso suave. Lena
sintió aquella sensación, era como un vació que se llenaba gradualmente hasta
cubrir lo que ya no se podía cubrir, una presión en el pecho que lejos de ser
dolorosa era deliciosa.
La abrazó estrechando su cuerpo como queriendo tenerla
siempre al despertar. Sin soltarla, le preguntó al oído: “¿qué soñaste, mi
amor?” Lena respondió: “Sabes que cuando duermo contigo el sueño me huye. Es
como si todo mi cuerpo quisiera librarse de cualquier peso para poderse llenar
más de ti. Tú sí soñaste, lo noté”. “Soñé que estaba en esta misma habitación,
pero sin todos sus matices. No estabas tú, ni tu cuerpo, solo estaba yo. Yo
estaba en esta misma cama pero solo. Ni siquiera podía sentir tu recuerdo, ni
tu olvido, no había nada de ti, como si nunca nuestros cuerpos alguna vez se
hubieran encontrado, como si ni siquiera el viento nos habría interceptado. Caminaba
sin ver tu rostro, respiraba sin sentir tu olor, sentía sin sentirte. Lo peor
de todo es que eso no me preocupaba porque al parecer jamás lo había sabido,
jamás habías sido mía”, respondió Luciano.
Lena buscó la mirada de Luciano y se aseguró de identificar
sus pupilas. Pudo sentir recorrerla una sensación de miedo, desconfianza,
confusión, todo reducido a inseguridad, inseguridad de ella misma, inseguridad
de Luciano, inseguridad del destino. Él pudo sentir la flaqueza de Lena. La
abrazó. “Sé que tal vez puedas estar sintiendo todo el miedo que yo sentí, pero
no es justo, fue solo un sueño, solo eso. Un sueño aniquila, pero también da
vida y creo que…” Se escucharon dos golpes a la puerta, dos golpes fuertes.
“¿No abrirás?”, reaccionó Lena. “Se deben haber equivocado, nadie viene aquí”,
respondió él.
Lena se acercó al cuerpo de Luciano, quería ampararse en él.
Tenía miedo, casi siempre lo había tenido; al lado de él se sentía más segura,
más fuerte, más bella, más feliz. Por un momento sintió en su cuerpo una satis
facción que iba más allá de la tranquilidad hasta llegar al placer de la
harmonía que podría causar el sonido de una cálida guitarra en la mañana. Se
aferró a su cuerpo e intensificó la suavidad del abrazo.
Varios golpes a la puerta interrumpieron el silencio. El
cuerpo de Lena se sobresaltó fijando su mirada en la puerta, regresó hacia
Luciano y ya no estaba en la cama.
...
Lena abrió los ojos y vio todo blanco. Sus ojos dudaban de
lo que veían. Le costó reconocer la naturalidad de su habitación. Se quedó unos
minutos inmóvil, se sentía desubicada en su propio lugar.
Escuchó unos golpes en la puerta: “Lena, levántate, ¿no
tenías clase a las nueve?”. Reconoció la voz de su madre. Instantáneamente,
reconoció sus cortinas blancas, la textura de sus sábanas, el aire húmedo.
Ya consiente, se dio cuenta de que todo lo anterior nunca
había pasado, no existía, no era real. Lentamente unas lágrimas escaparon de
sus ojos, fue inevitable. “Un sueño aniquila, pero también da vida, y yo sigo
esperando la mía…”.
...
Luciano abrió los ojos y vio todo azul. No había soñado esa
noche.