sábado, 30 de junio de 2012

Mibicicletadorada


Subí a la azotea de mi casa. Sabía que mi papá me preparaba una sorpresa. Ya antes la había visto con un aire algo misterioso, quería tocarla y volverle la vida que tenía como cuando era niña. Ahora su cuerpo estaba oxidado y algo abandonado. El polvo era su compañero de los últimos años y nada más un plástico viejo la había abrigado. Sabía que estaba en un estado fatal y creo que eso fue lo que me impidió volver a mirarla.

No sé si la flojera de hacerla vivir o la flojera de que ella me haga vivir. Alguien se tomó el trabajo por mí y fue mi papá.

Me llamó como siempre lo hace. A veces no sé qué sentir: miedo, dudas, preocupación, raras veces alegría. Subí y la vi. Estaba radiante. Vivía otra vez y con un aire que jamás le había visto antes. Su cuerpo era luz y el polvo se había ido. Fue emocionante verla así. Mil recuerdos volaron alrededor, mil personas, mil palabras, mil soles. Por un segundo fui niña otra vez, o al menos eso creí.

Mi papá se dio cuenta de mis sentimientos y eso le bastó para sentir mi “gracias gigante” y dejarme a solas con ella. Ya en un ambiente algo íntimo la vi con ojos de dulzura. Ojos llenos de colores gracias a ella. Moría por retar a ese día soleado y matarlo hasta que la noche lo reemplace. No sé por qué lo vi tan difícil en ese ángulo. Tal vez porque no quería maltratarla al bajarla de la terraza o porque tenía miedo de que pase lo mismo que la última vez.

Como siempre mis ganas de hacer lo que quiero sin pensar en absolutamente nada más ganaron y la bajé hasta la calle. Ya fuera, el sol me miraba tan fuerte que dolía. Eso no impide nada.
Me subí con un poco de tensión y mil de adrenalina. Comencé a andar. Mis piernas estaban tan débiles, había pasado tiempo que no hacían más que caminar. Recorrimos los mismos pasajes que recorrimos alguna vez. Avanzando tras árboles, sombras, risas y luces, pude sentir todo lo que sentí antes. Me sentía ligera. Sentía mi vida ligera y que si quería podía ponerla en el mar y dejarla sentir.
Cada vez sentía una parte menos de mi cuerpo. Primero desaparecieron mis manos, mis brazos luego, mi cabeza y mi pecho. Me di cuenta de que estaba pasando lo mismo que la última vez, aun así quise seguir y seguí.

El sol me comía más y más. Mi cabeza disfrutaba el excitante sabor de la libertad. Me encantaba hacerlo porque ella me llevaba por donde nunca podía ir. Ella me mostraba que existen cosas más allá de lo que se ve, toca o siente. El aire en la única parte de mi cuerpo que quedaba era el agua que necesitaría para toda mi vida. Mis piernas tenían el manejo de lo que quedaba de mi vida. Me di cuenta que pasaría lo mismo que la última vez, pude sentirlo. Mis piernas habían desaparecido ya, mi corazón aún latía, no sé desde donde.  Solo que esta vez nunca salté, no salté. No pude y no quise. Ella me abrazó y se apodero de lo que quedaba de mí.  Sentí el lento ascenso. Quería ver a donde me llevaría, quería sentir lo que no pude sentir, quería ver más allá de lo que se ve, toca o siente. Estaba dispuesta a entregarle mi vida y se dio cuenta desde que la vi. Algún día pasaría, no? Mi vida estaba destinada a seguir ese camino, por eso esta vez dejé que pase. Admito que ya lo quería. Esta vez mi bicicleta dorada me llevó arriba, muy arriba,  y no salté. Nunca salté.